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Viaje en moto por Kenia y Tanzania, Alicia Sornosa

Viajar en moto | Desafío Africa: de Kenia a Tanzania

Durante este viaje de 15.000 km en moto por la espina del este africana, estábamos poniendo a prueba las dos Scrambler de Ducati con más espíritu aventurero: Una Urban Enduro y la Desert Sled, que hasta el momento y tras 5.000 km por Etiopía tan sólo llegaban a la frontera con Kenia con un neumático cambiado y una matrícula fuera de su soporte.

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Redaccion Moto1pro
Alicia Sornosa
Autor Foto
Alicia Sornosa
Fecha22/05/2019
Viaje en moto por Kenia y Tanzania, Alicia Sornosa
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Alicia Sornosa

Fecha22/05/2019


Hacía algo más de cinco años que no pasaba la frontera de Etiopía y Kenia. Recordaba vagamente una pequeña población nada más cruzar, que la gasolinera estaba al otro lado, los barracones de los funcionarios de aduanas…pero eso ya no estaba así. Todo lo que estaba en mi memoria, cinco años después, había desaparecido engullido por coches de pasajeros, pequeños tusc-tuc de color azul, casas destartaladas,  plásticos, basuras y decenas de mercancías a los bordes de la franja negra de asfalto, junto a los camiones que los transportaban. Moyale había vencido al tiempo y se había modernizado, con gasolineras cada pocos metros en su calle principal.

Así ya me temía que la famosa pista, culmine de los endureces africanos, había sucumbido también a la civilización y el asfalto. Como en cada frontera, al detener las motos se nos acercaron varios buscavidas, personas que quieren cambiarte el dinero, conseguir unos dólares a costa de contarte lo que ya sabes. Ni les miré. Continué hasta un edificio a la izquierda, algo escondido, donde sellar el pasaporte. El sol, abrasador, hacía que el traje de la moto estuviese pegado a mi cuerpo.

Viaje en moto por Kenia, por Alicia Sornosa

Tras la espera de dos horas y la charla con el viajero sudafricano, estábamos sellando la salida de las dos Scrambler para dirigirnos a las oficinas de Kenia. En una nave anexa, llena de mercancías confiscadas que acumulaban ya dos dedos de polvo debería hacer la importación temporal de las motos. Al rato de sentarnos dentro de la nave en un pequeño banco frente a una oficina, sale un señor que nos ofrece agua.  Eso no me gusta, significa que nos van a hacer esperar mucho más, así que me levanto y acerco hacia la oficina en cuestión. Pregunto si hay algún problema y el señor que está al otro lado de la mesa me explica que no, que tan solo he de pagar 20 dólares por la entrada de las motos. Y una que ya está curtida en extorsiones por parte de los aduaneros, me niego en rotundo a pagar ni un céntimo más.

El funcionario insiste, yo casi lloro (es un buen método para acabar con esta situación, siempre me ha funcionado). Y así finaliza la historia. El  funcionario se apiada de mi, le doy al mano, me invento una dirección de mail, bebo un poco de agua, como “ahogando la pena que me ha provocado”, le doy la gracias con voz temblorosa y le digo que me deje ir, que se me hará de noche y eso es muy peligroso para conducir. Se ríe. Me vuelve  a dar la mano y sella los carnet. Bien, prueba superada. Son las cuatro de la tarde, tiempo de sobra para llegar a el siguiente destino.

Viaje en moto por Kenia y Tanzania, Alicia Sornosa

Tres días por tres horas: la Moyale Road ahora es una moderna carretera

La primera vez que escuché algo sobre esta carretera fue en Formigal, en la fiesta anual de BMW, justo antes de salir a mi vuelta al mundo. Estaba hablando con el autor del libro (os lo recomiendo) Safari Salama, Luis Oromí. El me decía entonces que era una de las pistas más difíciles de África, que le había costado mucho superarla y que sería la gran aventura de mi viaje por Kenia. Le creí. Y cuando en noviembre de 2011 me tocó atravesarla, me di cuenta del tipo de “aventura” al que se refería. Fueron los peores días de conducción en Africa, pero ahora sería diferente.

Hoy, la Moyale Road es una línea negra interminable, lisa, perfecta, hasta con guardarailes. Una carretera con su línea a los lados, arcén…. cero “aventura”. El antiguo trazado discurre a uno y otro lado, a veces alejándose y otras bajo el mismo asfalto. Una ruta que fue de tres días, ahora se hacía en tres horas.

Viaje en moto por Kenia y Tanzania, por Alicia Sornosa

A las tres horas desde la frontera llegábamos a Marsabit. Por el camino nos entretuvimos haciendo fotos a varios pueblos, una enorme avestruz que se paseó delante y detrás de las motos hasta que se atrevió a cruzar, pequeñas casitas circulares escondidas tras líneas de cactus. La asombrosa aparición de un hombre y su pequeño rebaño de cabras, totalmente desnudo portando una lanza en su mano derecha, varios zorrillos o chacales, no los distinguí muy bien, algunas perdices… Vamos, que Africa nos daba la bienvenida con sus animales. Llegamos casi de noche y nos dirigimos a las afueras, a un camping recomendado por el viajero de la frontera. Allí había agua caliente y una cena a la africana (trozos de carne con patatas en guiso). Ideal para reponer fuerzas y planificar el viaje por Kenia.

Del Ecuador al Maasai Mara, en moto

Esta vez iríamos sin detenernos hasta el Maasai Mara, nada de pasar por Nairobi, lo que nos complicaría el camino. Es mucho más divertido ya que hay que abandonar la reluciente carretera y utilizar las pistas menos transitadas. Desde Marsabit hasta Isiolo y desde allí hasta Nanyuki, donde pasa la imaginaria línea del ecuador. Hasta el momento, las motos no habían dado ningún problema, los neumáticos (ambas con MT60 de Pirelli) están aguantando bien. Durante el paso por Kenia comenzaba la temporada de lluvias, cosa que me hacía pensar en pistas llenas de barro hasta llegar a campamento de Maasai Mara donde nos dirigíamos. Enkerende es un Eco Lodge dirigido por Raúl, español y buen amigo.

El Masai Mara en una Ducati Scrambler

Temprano, para evitar el calor y la humedad, partimos hacia el lago Nakuru. Casi 200 km de los que un tercio son de pista. Un camino empedrado y polvoriento. Nakuru es un lugar de paso, donde llegan las furgonetas que vienen desde Nairobi (por carretera, claro) y donde los 4x4 de los safaris, recogen a los pasajeros que no quieren llegar al parque en avioneta. Aunque no hay muchos “muzungus” (blancos) el ambiente es divertido y gracias a esto hay varios establecimientos donde comer una buena carne a la brasa.

También se puede visitar el museo de los maasais y hacer algu-na compra de abalorios o telas típicas. Esperamos una noche allí hasta que David, el maasai responsable de Enkerende vino a buscarnos, aún nos quedaba una hora y media de pista hasta llegar al campamento, a orillas del río Mara. El camino hasta el “tent camp” es una maravilla y va dejando ver lo que podríamos observar en los días venideros. Animales en libertad junto a nues-tras motos. La bienvenida al campamento, con los amasáis saltando a nuestro lado fue magnífica y dejaba ver lo que haríamos los próximos días:  un safari en moto.

Safari en moto

Es una de las cosas que casi nadie hace, o casi nadie ha podido hacer. Bien porque lo parques nacionales no lo permiten, bien por no llegar al lugar adecuado. En Enkerende lo tienen todo controlado y así lo viví. Salir temprano con la moto, después de una desayuno al lado de río, es increíble. Comienzas viendo jirafas al fondo, te acercas, despacio para no asustarlas. A la derecha se ven unos antílopes, más allá hay cebras que nos miran a distancia, curiosas por saber desde donde llega ese ruido y qué es ese “bicho” que se mueve tan rápido. Más cebras, los omnipresentes ñus, que te miran con descaro, aves de todo tipo, unos zorrillos bajo un árbol, a la sombra y una hiena escondida entre las cortas hierbas amarillas de la sabana.

Es impresionante la sensación de libertad que se siente sobre la moto en esos momentos, dirigiendo el manillar sin cuidado aquí o allá para acercarte y rodar, siempre con respeto, cerca de alguno de esos herbívoros. Porque claro, el safari para ver leones o elefantes se hace en coche, que no queremos tener un accidente o ser devorados por el Rey de los animales…

Enormes termiteros en nuestro viaje por Kenia y Tanzania

Frontera con Tanzania

Y después de disfrutar varios días en Enkerende, salimos de nuevo. Tanzania nos espera. La lluvia hace ademán de aparecer, pero tenemos la suerte que no descarga hasta la tarde, lo que nos da la oportunidad de nuevo de pasear por la reserva, rodando por sus pistas hacia la frontera, tragando zonas de piedra y barro seco, hasta llegar al siguiente país. Y justo, unos kilómetros antes de el cambio de país nos cae la del pulpo. Empapada, con pocas ganas de pelear con los funcionarios de aduanas, llegamos hasta la puerta del tercer país del viaje.  En esta frontera (Isibania) tenemos que pagar el visado, 75 dólares y pese a que tenemos el carnet de pasaje me hacen pagar una tasa de otros 10 dólares por moto. Una fotocopia del pasaporte y la espera deuda hora para hacer cola en el banco que tiene la aduana en su parte trasera y pagar la tasa. Lo mejor de todo es que llevar el papel de aquí a allí lo hace una señora.

A esta “pájara” ya le veo las intenciones, quedarse con mis 10 dólares de las vueltas. Cuando me trae el papel del banco y le pido el dinero, me dice que ese dinero es por su gestión. Menudo morro. Ya estoy harta de buscavidas. Muy educadamente le explico que ni en mi país se ganan 10 euros por hacer una fotocopia y trabajar menos de quince minutos, que ya estoy cansada y que por muy blanca que yo sea, no crece el dinero en una maceta en mi ventana… La mujer, ante mi indignación, me devuelve el billete de diez que ya había plegado y guardado en su bolsillo. Me voy ante dejándola estupefacta a ella y a otros tres más que seguían la discusión desde el otro lado del cristal.

El impresionante Lago Victoria

El paisaje hasta Mwanza en el lago Victoria es impresionante. Tanzania está lleno de enormes rocas que hacen equilibrios unas encima de otras, y en esta ciudad del lago, la segunda más importante, esas rocas se toman como el símbolo de la ciudad. Las carreteras en Tanzania son me-jores que las de Kenia, se nota que es un país que gracias a la gestión de sus parques naturales, atrae desde hace más tiempo el turismo. El lago es impresionante. Está lleno de barcos de pescadores y el gran mercado es digno de visitar. Aún así, el tiempo no nos acompaña y limita las excursiones en moto a lugares próximos a la ciudad. Los precios de los hoteles suben aun mas que en Kenia ¿quién dijo que frica es barato? y no nos demoramos mucho en salir de la ciudad. Vamos dejando atrás el lago conduciendo por las perfectas carreteras asfaltadas hacia la capital: Dodoma.

El camino hacia el sur es muy bello aunque la temporada de lluvias nos impida disfrutar más del paisaje, nos dirigimos a la capital, Dodoma. Es una ciudad pequeñita y coquetona, con casas de estilo alemán de dos plantas. Una ciudad tranquila para ser la capital aunque entiendo que esta frenética actividad la ha absorbido la ciudad de la costa (Dar el Salam) , cerca del turismo de la isla de Zanzíbar. Nos alojamos en uno de sus hoteles, limpio y con el desayuno incluido por algo más de 25 dólares para una habitación doble. No me parece barato. Estamos el tiempo justo para que las botas y el equipamiento de la moto se sequen y antes de que la lluvia torrencial nos encuentre de nuevo.

A 127 kilómetros en moto de Dodoma, en Tanzania

Los bosques de Baobás

Nos separan 700 km escasos hasta la frontera con Malawi, así que planificamos una sola parada en el interior. El paisaje del norte, repleto de enormes piedras va cambiando dando paso a las mi-mosas, el bush (arbusto típico de África) y los fantásticos Baobás. Estos árboles llaman por completo mi atención. Son tan inmensos que pueden rodearlo dos motos a la vez sin encontrarse. De ellos sacan fibras para hacer cuerdas y tejidos y son sagrados en muchas culturas de el centro. Pero las lluvias cada vez son más persistentes y nos vamos encontrando con riadas, carreteras cortadas por el fango y las ramas y un montón de campos de arroz. Me encanta ver como traba-jan los bueyes, tirando del arado. O como las familias enteras recogen el arroz. Por cierto, un arroz delicioso y aromático que se prepara casi como base de todo, junto con el “Ugali”, una masa de maíz que se come como pan.

Los últimos kilómetros de viaje hacia Malaui, el tiempo nos trata bien. Siempre se pone a llover a eso de las cinco de la tarde, lo que nos da tiempo para rodar durante el día y llegar a una pobla-ción casi secos. No podemos usar la tienda como quisiéramos, el agua lo anega todo y la hume-dad es muy incomoda para dormir. Además, necesitamos lugares con al menos un ventilador para secar la ropa, el casco y los guantes.  Nos espera Malaui, un país casi desconocido con un lago de más de 500 kilómetros cuadrados, agua dulce y una forma de vida que nos impresionará…